El desánimo suele llevarse la mejor versión de nosotros. Pero el hecho de haber fracasado en algo, de estar metidos en un lío sin tener respuestas, o de haber perdido el gozo porque nuestra carne es débil, no cambia lo que somos: seguimos siendo una princesa o un príncipe ungidos. Dondequiera que nos encontremos en este momento en la vida, es algo pasajero.
No permitamos que una simple temporada frustre la promesa eterna que Dios nos ha dado. Recuerda: ¡Es la tormenta la que produce el milagro!