En Hamgyong del Sur la venta de sangre se usa como moneda de cambio por arroz y aceite, y agrava la emergencia sanitaria y nutricional.
Corea del Norte muestra una nueva e inquietante manifestación de su colapso: la venta de sangre como forma habitual de subsistencia. En puestos informales y centros de salud improvisados, 400 mililitros suelen canjearse por pequeñas raciones de comida, una práctica que resume la profundidad del problema alimentario y sanitario del país.
Cruzada por supervivencia.
Fuentes locales en Hamgyong del Sur y en la ciudad de Hamhung describen que lo que fue marginal se extendió con rapidez tras una cosecha otoñal fallida. Familias enteras ofertan sangre para comprar arroz o aceite. Ese trueque, relatado por vecinos, evidencia no sólo carencia de alimentos sino también el colapso de redes institucionales que debieran proteger a la población.
Riesgos para la salud.
La frecuencia de las extracciones —a veces cada dos o tres meses, muy por debajo del intervalo recomendado de seis— provoca anemia severa, síncopes e hipovolemia. Muchos puntos de extracción carecen de controles básicos y esterilización; en ocasiones se realizan en clínicas que atienden tuberculosis o hepatitis, lo que multiplica el riesgo de infecciones iatrogénicas.
Organizaciones y testigos han documentado casos de daño físico irreversible. Una mujer de cuarenta años en Hamhung, que vendió su puesto en el mercado y se sometió a donaciones repetidas, quedó postrada por anemia. Relatos así muestran que el perjuicio no es sólo temporal: la salud de familias enteras se deteriora de manera acumulativa.
En zonas rurales y fronterizas se informa de un aumento de muertes asociadas a debilidad y hambre; además circula el rumor, repetido en comunidades, de “personas que se desmayan en las colas de extracción”. Esa realidad rompe el tejido social: redes de apoyo exhaustas, vecinos sin fuerzas y una desesperanza creciente que transforma el propio cuerpo en recurso económico.
Analistas sostienen que este fenómeno marca un punto de inflexión: la crisis deja de ser meramente económica para adquirir una dimensión biológica, donde el cuerpo humano se convierte en capital de supervivencia. Mientras el régimen muestra alianzas y logros externos, la vida cotidiana registra vaciamiento de recursos y salud.
La venta de sangre se ha vuelto, así, un indicador brutal del colapso. Exige respuestas humanitarias urgentes y seguras; sin coordinación y acceso a ayuda, el flujo de sangre seguirá siendo una medida cruda de la magnitud de la crisis.
Con información de Mitre.
